“Todo es posible donde nada funciona”.
Así se refiere a la República Democrática del Congo el exmisionero jesuita Xabier Zabalo en su trilogía sobre ese país que tanto ama y en el que ha pasado más de 40 años de su vida.
Hace unos días, la cadena de televisión Cuatro emitió el reportaje realizado por el fotoperiodista Antonio Pampliega titulado “Coltán: mineral de sangre”.
Lo miré con especial atención porque es un tema que nos interpela especialmente en ALBOAN y en el que llevamos trabajando durante varios años.
Al terminar el programa, lo primero que vino a mi cabeza fue la frase de Xabier. Mi compañero de piso dijo que eso sí que es un tema importante y no el corte de pelo de Cristiano Ronaldo, pero en seguida se fue a su habitación a mirar fotos en Instagram.
Acabé sola de ver el programa y me quedé en silencio unos minutos nada más terminar. No quería precipitarme a hacer valoraciones o excesivamente críticas o excesivamente aduladoras del reportaje. Quería tener libertad interior para juzgar lo que acababa de ver. Y me decidí por un procedimiento salomónico: por cada aspecto bueno que hubiera percibido en el reportaje buscaría un aspecto malo. Esa noche me salieron 6, 3 buenos y 3 malos, que procedo a relatar.
Lo primero y lo más fundamental es la existencia misma del reportaje, que saca a luz un lugar y unas gentes invisibilizadas y olvidadas en el mundo. Eso tiene un inmenso valor, ya que la invisibilidad por parte de los grandes medios de comunicación es uno de los factores que explican la persistencia de algunos de los conflictos contemporáneos más sangrientos. El contrapeso negativo del reportaje es que Pampliega se inclina mucho más por la emoción que por la razón a la hora de presentar un tema ciertamente complejo.
Apenas se trata la cuestión de las cadenas de suministro y la trazabilidad, a pesar de la oportuna explicación del técnico en electrónica, y se echan de menos más voces del Este de la República Democrática del Congo que son capaces de explicar las vinculaciones entre nuestro uso y consumo de tecnología y la financiación del conflicto en el Congo con elocuencia y precisión.
Obviamente, me disgustó especialmente que se utilizara la expresión “coltán manchado de sangre” y mucho menos me gustó oir que “la culpa del conflicto la tiene el coltán”. Porque, simplemente, la expresión es morbosa y en conflictos de esta naturaleza las culpas están mucho más repartidas.
Esto se compensó con las palabras de Belén Rueda, quien acertadamente en mi opinión, mantuvo que es vana la ilusión de que estos problemas se puedan solucionar con fórmulas mágicas y que el trabajo tiene que proceder desde las bases, desde la educación y el empoderamiento de las niñas y los niños.
Lo peor vino de la mano del europarlamentario entrevistado, quien habló con locuacidad y probablemente con buena intención, pero mantuvo un discurso plagado de inexactitudes. La legislación europea no es “tremendamente exigente” y deja a las empresas europeas en “desventaja comparativa” como mantenía el europarlamentario, sino que es más bien relativamente debilucha y, sobre todo, aún no tiene ningún recorrido para valorar sus efectos. Considero un error mayúsculo que no se hablara de las medidas complementarias ni de las políticas de cooperación y que no se explicara un poco mejor lo que ha supuesto la implementación de la Ley Dodd-Frank y el contrabando hacia Ruanda de “minerales limpios”, es decir, certificados, especialmente cuando Pampliega se fue a grabar a la mina de Rubaya.
Finalmente, Pampliega acertó en el protagonismo que les dio a las mujeres y, en especial, a las víctimas de la violencia sexual y a las que están luchando diariamente por combatirla. Aunque descuidó un abordaje más científico, más racional, ante este problema conocido en muchos de los conflictos y guerras del mundo. Puede parecer una paradoja apelar a la razón para erradicar la violencia sexual, pero como dice Xabier “todo es posible donde nada funciona”.
Alicia Aleman Arrastio
01 de febrero de 2018